Llevo días pensando en qué escribir de Josep que no se haya
dicho ya. No he tenido, por mala fortuna y el escaso y preciado tiempo del que
disponemos para deambular por este mundo, la estrecha relación que tuvieron con él, Victor, Ana Maria, Leo y otros muchos autores
que estos días le han honrado con sus textos llenos de cariño y tristeza, entre
los que destacan evidentemente todos los componentes de la familia Alrevés;
Gori, Ilya, Roger, Marc y Alex.
Cómo resumir a una persona de esas que sabes que son grandes
y que la vida (literaria) no ha hecho justicia. Algo me ha hecho recordar
nuestro primer encuentro.
Aquel día Josep tenía algo de prisa y yo, la verdad, también.
Horas después de marcar en el GPS del coche; Plaza de la Virreina, yo que apenas acababa
de aterrizar en este mundo literario me presentaba allí, solo con la mediación
de Victor del Arbol, y con mi primer y único libro, en ese momento auto
editado, como tarjeta de presentación. Recuerdo llamar a mi mujer y decirle: “Solo
estaremos media horita que Josep tiene cosas que hacer y yo voy a aprovechar mi
visita a Barcelona para quedar con unos amigos”.
Mientras esperaba al editor de Alrevés en el Bar del mismo
nombre que la plaza, consulté en mi móvil información sobre Josep Forment (y
la verdad, alguna foto para reconocerlo).
Y entonces apareció por la plaza un hombre con andar
tranquilo y aspecto sosegado que se dirigia hacia mí. Él enseguida se fijó en aquel tipo esperando en la puerta del bar con
una bolsa al hombro, y que le observaba con curiosidad mientras se acercaba
con paso firme. Nos dimos la mano, en ese momento y cuando nos despedimos. Nunca
más nos la dimos. A partir de ese día nuestros encuentros siempre fueron
precedidos de un abrazo.
El té de la presentación pasó a otro té, y la media hora inicial,
se dilató en más de dos. Cómo te ibas a
ir de allí mientras aquel hombre menudo te describía con tanto acierto el mundo
editorial, y la poesía que parecía apasionarle y que se esforzaba en mostrarme
a pesar de mi torpeza y reconocida ignorancia en el tema. Allí oí por primera
vez a Rimbaud. Y a muchos otros que el tiempo y la velocidad de los días han
borrado de mi memoria. La conclusión de ambos después de aquel encuentro fue que precisamente aquello era lo mejor del mundo editorial. En mi caso, conocer a grandes personas.
Meses después, con él firmé mi primer contrato editorial para mi segunda novela. En
el Bar Roma de Lleida, en un local antiguo al lado de la Universidad. En una
mesa entre cafés.
Y se fue...
Mi editor ya no le podrá echar un ojo a mi novela a pesar de
que justo el día antes del dramático desenlace, lo último que me dijo esté grabado en mi mente: “Tu marxa
de viatge de noces que a finals de setembre, quan tornis, ens posarem amb l’Alfil”. Después
me regaló un abrazo de despedida que el destino, que siempre campa a sus
anchas, decidía que iba a ser el último. O eso deben pensar aquellos que creen
que nuestros hilos los maneja a su antojo algún Dios hipócrita y caprichoso que
se lleva a los mejores y siempre en el momento menos oportuno. Pero las despedidas
de las grandes personas, nunca se producen. Estas siempre permanecen latentes
en nuestra memoria y en nuestros recuerdos más sentidos.
Querido, Josep: Mis novelas siempre tendrán ese sello que tú ibas a
darle aunque nos cueste saber y asimilar que no podremos escuchar tus sabias opiniones,
ni tus buenos consejos.
DEP Josep. Siempre en
nuestros corazones.
Rafa Melero Rojo
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